Una mañana de sábado, por invitación de un amigo, visite la iglesia donde él asistía para conocer un nuevo lugar y cambiar un poco de ambiente. Accedí a asistir debido a sus insistentes correos electrónicos e invitaciones a visitar la página de su iglesia y cuanto recurso social existe en la red, los cuales por falta de tiempo nunca vi. Pero, como mi amigo mostraba un marcado interés, el cual yo no comprendía aún, decidí ir de todos modos a la casa de Dios como cualquier sábado.
A todo esto, salí más temprano de lo común, pues me mi amigo me había mencionado que él llegaba a la iglesia antes del comienzo de la Escuela Sabática. A dos cuadras de llegar, me encontré con él. Me sorprendí que me esperara junto a dos jóvenes con sonrisas en sus rostros. Al ver mi asombro, me mencionó que ellos siempre iban al encuentro de los amigos. ¿Quiénes? le pregunté. Los jóvenes respondieron “Nosotros, los del ministerio de acogida.” Después de un abrazo cálido caminamos rumbo a la iglesia.
De pronto, puse atención a unas hermosas melodías cristianas, las cuales venía escuchando desde hace al menos cuatro cuadras atrás, pero seguí con ellos sin preguntar. En el camino, los jóvenes me hablaron por mi nombre, ya lo conocían, y me preguntaron sobre diversos temas alusivos a mi vida. Era como si me conociesen de toda la vida. Fuera de la iglesia había una familia con un lema prendido en sus ropas que decía “sé bienvenido”. Entonces una pequeña niña me entregó una flor y una tarjeta diciéndome “¡El Señor te bendiga, que tengas un feliz sábado!” crecí en mi asombro, pues la niña tenía como seis años y estaba allí junto a sus padres. Pero aún, no entraba al recinto. Me distraje viendo un hermoso jardín cultivado. Parecía que en ese lugar a los hermanos les gustaban las flores y que tenían buen gusto por las plantas y la ornamentación. De repente, una ancianita sale a mi encuentro y me abraza, besa mi mejilla y me dice “¡Feliz sábado!” Pensé que era mi abuela porque su abrazo, como el de los jóvenes, fue muy cálido. Inmediatamente, un hermano me saludo amablemente y entrego un folleto informativo. A todo esto, mi amigo estaba a mi lado todo el tiempo sin decir una palabra. Miro mi reloj y eran las 8:45 hrs. de la mañana. A esa hora ya estaban en la iglesia, mi amigo, los jóvenes, la familia e incluso la ancianita.
El hermano de la entrada me acompañaba todo el tiempo. Recibí una Biblia más un himnario. Cuando entramos al templo creció mi asombro. Al fondo vi un grupo grande de jóvenes tocando todo tipo de instrumentos de los más clásicos hasta algunos electrónicos. Era una especie de orquesta con unos treinta integrantes. Al otro extremo había un coro de unas cuarenta personas entre ellos niños, jóvenes y adultos. Pregunté ¿quiénes son esos invitados? El hermano que me acompañaba contestó “Son los de la orquesta y el coro, los cuales son parte del equipo de alabanza y adoración de nuestra iglesia”. Sentí que estaba en el cielo. Entonces, me guiaron a un asiento y, antes de sentarme, me arrodillé y oré a Dios. Nunca lo había hecho al llegar a una iglesia. Fue un impulso natural.
Luego continué oyendo las melodías, y después de unos veinte minutos, el coro dejo de cantar y unas personas pasaron al estrado y otra de inmediato se paro frente al púlpito. Pensé que había comenzado el Culto Divino, pero me di cuenta de que era el comienzo de la Escuela Sabática. No había mesa de Escuela Sabática, pues en aquel espacio estaba la orquesta junto al coro. Nunca había visto una iglesia adventista que en su diseño de templo destinaran un espacio para el desarrollo de la alabanza. Ahora bien, la Escuela Sabática estaba siendo dirigida desde el púlpito. Nunca le había tomado tanta solemnidad e importancia a este espacio. Después de una clase magistral, ilustrada y participativa, el coro junto a la orquesta siguieron dirigiendo la Adoración. Cuatro personas del coro dirigían con sus voces a la congregación y otro batuteba. Aprendí realmente cómo se cantaban los himnos y ¡qué manera de cantar! Ese día alabé a Dios. Nadie interrumpió con avisos. En la clase ya se había recordado del almuerzo de iglesia, además me di cuenta que al reverso en la tarjetita que me había entregado la niña había una invitación para mí que decía “¡Eres bienvenido a nuestro almuerzo de iglesia del día de hoy!”.
En medio de las alabanzas ingreso la plataforma consituída por niños, jóvenes y hasta un ancianito junto al pastor. El Culto fue maravilloso. Hubo momentos para orar en privado, y hasta hicimos lecturas “antifonales” del pastor con la congregación. No hubo tiempo para dormitar ¡Casi no hablé con mi amigo! El sermón dado por el pastor me hizo tomar una decisión. Desde aquel día dejaría de luchar con mis fuerzas de la adicción que hace veinte años no lograba vencer y que me tenía casi fuera de la iglesia. Comprendí por primera vez que ya no podía más sólo, que necesitaba ser bautizado cada día por el Espíritu Santo y que necesitaba de mis hermanos para crecer en la fe. Entendí por el sermón qué era lo que tenía que hacer, pero comprendí "cómo" tenía que ser hecho desde el momento que decidí ir a la iglesia de mi amigo.
Durante el almuerzo de iglesia, mi amigo me contó que él también había luchado con un vicio similar al mío y que en comunión con Dios y con la ayuda de su grupo de Apoyo y Crecimiento cristiano había salido adelante, me contó cómo se habían constituido en un grupo de “Superación de Adicciones”. Me señaló que muchos hermanos que habían estado por años en la iglesia y que incluso fueron líderes, habían sido liberados de sus adicciones. Además, me aprovechó de contar que todos los hermanos estaban relacionados con algún tipo de grupo. Algunos hubrian salvado sus matrimonios en los grupos de apoyo y terapia familiar, que otros habían salvado a sus hijos de las drogas, otros mejoraron de enfermedades crónicas hereditarias y algunos de enfermedades terminales, otros habrían superado hasta la pobreza y la mediocridad. Me indicó que la técnica fundamental de aquellos grupos era la entrega total de cada uno de los miembros a la dirección del Espíritu Santo. Me impresioné más aún. Todos estaban involucrados en algo, mientras se ayudaban mutuamente, evangelizaban a otros que entraban en estos grupos. ¡Hasta los niños se reunían entre ellos con sus maestras! En ese lugar había sanidad, instrucción en la Palabra y sobre todo discipulado.
De pronto, sentí un fuerte ruido. Era mi despertador que indicaba las 08:30 hrs. Me pregunté ¿acaso la iglesia no estaba ya en movimiento a las 08:45 hrs. cuando cantaba el coro junto a la orquesta? Llegaré tarde, reflexioné. Entonces me di cuenta que todo era un sueño. Dije “Iré a la iglesia de mi amigo. Me apresuraré. Quizás, si llego temprano, reciba el abrazo de los jóvenes, la flor de la niña y el saludo de la abuela junto al del hermano. Puede ser que hoy encuentre el secreto para liberarme de este vicio que me tiene en letargo espiritual. Puede ser que hoy el Espíritu Santo tome mi vida”
Somos muchos los que alguna vez , por lo menos, hemos soñado con una Iglesia como la del sueño de.. cierto joven.
ResponderEliminarSomos muchos los que alguna vez , por lo menos, hemos reclamado contra los vicios y los paradigmas que todavía están arraigados en nuestra Iglesia...
Somos muchos los que alguna vez por lo menos,
hemos sentido la ausencia del Espiritu Santo,
en nuestra Iglesia...
Somos muchos los que alguna vez por lo menos,
hemos reclamado por los sermones sin asunto, y
no como el sermon del relato :
. "Entendí por el sermón qué era lo que tenía que hacer, pero comprendí "cómo" tenía que ser hecho desde el momento que decidí ir a la iglesia de mi amigo.", en nuestra Iglesia.
Somos muchos los que alguna vez por lo menos,
hemos sentido la presencia del " Espiritu Santo" en nuestra Iglesia.
Y.. como somos muchos, esperemos , por la gracia de Dios, que El espiritu Santo tome nuestras vidas, y permita que aparezcan todos los dones
para ponerlos al servicio de nuestro Dios , sin egoismos,ni esperando retribución alguna por nuestros hechos.
Sólo por Amor a Dios....
Jorge Suazo
Gracias por su comentario. Espero que pueda ser leído por muchos. Y de esa manera colectivamente dejemos que el Espíritu nos conduzca. Cuando así sea, estaremos experimentando una verdadera reforma.
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